Por Hilda Sánchez Glez

“Tata Dios”… me está llamando.
Un huapango que magistralmente interpretaba Angelita Capetillo Meza resuena ahora con más fuerza en el alma de quienes gozaban de escucharla.
Ella respondió al llamado este 5 de febrero, llenando de tristeza muchos corazones; el cielo mismo se cubrió de llanto al acompañarla a su última morada, con el paso fiel y amoroso de su familia y amigos.
Un 26 de septiembre de 1948, Tijuana la vio nacer. Desde sus 4 añitos mostró un talento indiscutible, destacándose por su voz desde la Escuela Primaria Héroes de Granaditas, donde las asambleas conmemorativas se engalanaban con su actuación. Participó en numerosos concursos y, a los 7 años, se presentó en televisión en el recordado programa Club de las Estrellas, conducido por Arnoldo López Salcido (El Zorrito de la televisión).
Con la invitación del famoso proyecto Caravana Corona y acompañada por su padre, viajó a la Ciudad de México a los diez años en busca de mayores oportunidades, donde sorprendió por su voz y simpatía.
Su carrera despegó cuando apenas cumplía 17 años; su voz cautivó el corazón del público, identificándola como una gran exponente del folclor mexicano. Sin embargo, tomó la decisión de hacer una pausa en su vocación para atender el gran proyecto de formar una familia y darle todo su amor, criando a seis hijos, de los cuales cuatro le sobreviven: Adriana, Juan, Leo y Álvaro Gallegos Capetillo, a quienes consideró siempre su mayor logro.
Al retomar sus triunfos musicales, destacó por su gran capacidad para interpretar huapangos, género que siempre defendió del olvido, inspirada en el recordado Miguel Aceves Mejía. Muy pronto se ganó el apodo de “Reina del Falsete”, y su canto trascendió fronteras.
Entre su vasto repertorio, algunas de las canciones más exitosas incluyen: El Pastor, Rogaciano el Huapanguero, Virgen de la Candelaria, Qué lindo es México, La Malagueña, El Crucifijo de Piedra, Cielo Rojo, Quisiera amarte menos, Por culpa de esa mujer, entre otras. Estos temas destacan por la intensidad y el sentimiento con los que los interpretaba, convirtiéndola en una de las artistas más queridas de Tijuana. Su participación en el programa de televisión Nueve, Nueve, Nuevecito, con el Compadre Gallardo, durante varios años consolidó aún más su estatus de estrella.
Logró lanzar tres discos y dos álbumes, en su última versión de huapangos, que seleccionó personal y cuidadosamente, porque siempre afirmaba: “El huapango es lo mío”.
A lo largo de su carrera, recibió numerosos reconocimientos, como “El Sol de Oro”, un premio especial a su trayectoria artística otorgado por el Círculo Nacional de Periodistas, el Premio Palma de Oro, concedido a los mejores cantantes, y varios homenajes por parte de la comunidad artística y sociedades culturales de Baja California.
Tijuana extrañará sus mañanitas en el Parque Teniente Miguel Guerrero, donde, con voz fresca y potente, nos decía: “Soy de Baja California, norteña de corazón”. Sus amigos y compañeros, que hicieron de su casa la Casa de la Cultura en Altamira, junto con la Asociación de Arte Fronterizo, la recordarán por su afán de alentar, promover y proteger al artista tijuanense.
Una personalidad maravillosa que reunía a la artista, la esposa, la madre, la abuela y la amiga siempre dispuesta a apoyar. Nos deja un gran legado que perdurará a través de generaciones, donde sus grabaciones seguirán siendo un referente del huapango.
Otro será el escenario de su perpetuo cantar, porque el falsete enmudeció en Tijuana. Se fue su reina… ¡y hasta el crucifijo de piedra también se puso a llorar!
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