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Mi padre, mi guía eterno



Hablar de mi padre es lo más emocionante que puedo hacer, porque mi corazón se llena de amor y de recuerdos. Hablar de él es hablar de un hombre que marcó mi vida con amor, sabiduría y una presencia inquebrantable. Fue más que un padre: fue mi refugio, mi maestro, mi ejemplo silencioso.


Desde niña, recuerdo sus palabras llenas de ternura, esas charlas en las que me hacía sentir la niña más especial del mundo. Me hablaba con cariño y me enseñaba la diciplina, siempre hacia bromas hasta de las pequeñas aventuras cotidianas. Su voz era mi abrigo y su mirada, mi confianza.


Durante mi adolescencia, cuando el mundo parecía tan incierto y los sentimientos tan intensos, él fue ese puerto seguro al que siempre podía volver. Sus consejos, sin juzgar, me hacían reflexionar. En nuestras conversaciones descubrí que podía pensar diferente, soñar en grande y equivocarme sin perder su amor. Siempre encontraba el momento justo para decir algo como: “Si vas a hacer las cosas, hazlas bien desde el principio”, y entonces todo tomaba sentido. “Y lo que decidas hacer, haslo, solo empeñate por ser la mejor”


Ya de adulta, nuestras charlas cambiaron de tono, pero no de profundidad. Ahora me hablaba como una igual, como quien sabe que ha sembrado bien. Sus palabras se volvieron guía para decisiones importantes, su experiencia me inspiraba, y su orgullo silencioso me impulsaba a seguir adelante con determinación y fe. Nunca faltaban sus frases certeras, esas que me acompañan hasta hoy: “El flojo trabaja doble”, me decía con una sonrisa cuando yo intentaba atajos; o “Lo importante es que hablen de ti, aunque sea bien”, con ese toque de humor que siempre lo caracterizó.


Me enseñó que la verdadera fortaleza no siempre se muestra con gestos grandes, sino en los pequeños actos de amor diario: una mano que sostiene, una mirada que comprende, un “estoy contigo” que no necesita palabras. Su cariño me dio alas, pero también raíces. Gracias a él aprendí a creer en mí, a levantarme cuando caía, a mirar la vida con esperanza y gratitud.


Su presencia fue mi mayor seguridad. Saber que estaba allí, siempre dispuesto a escuchar o simplemente a estar, me hizo sentir capaz de enfrentar el mundo. Era ese tipo de amor que no exige nada, pero lo da todo. Su entrega, su temple, su forma de cuidar sin invadir y de guiar sin imponer, dejaron en mí una huella imborrable.


Entre tantas enseñanzas, una de sus frases más poderosas quedó grabada en mi alma: “El único lujo que no nos podemos dar los seres humanos es el ser mal agradecidos.” Hoy lo repito, lo transmito, lo vivo… porque gracias a él entendí que la gratitud no es solo un valor, es una forma de vida.

Todo lo que soy y todo lo que seré lleva su huella, y aunque ya no camine a mi lado, su legado vive en cada decisión que tomo, en cada valor que defiendo, en cada paso que doy. En mis silencios, en mis logros, en mi manera de amar y de vivir, él sigue conmigo.

Gracias, papá, por ser mi faro, mi fuerza y mi paz. Tu amor es eterno, y en mi corazón, siempre vivirás.

PSR

 
 
 

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